Aneta Bartos es una fotógrafa polaca conocida por su particular visión del sexo y el cuerpo humano, una mirada tan inocente como sensual. Actualmente vive en Manhattan, desde donde explora la sexualidad de una forma intuitiva, casi pictórica, que encierra una reflexión con un punto irreverente sobre quiénes somos.
Aneta Bartos tiene claro que en la vida existe una conexión, inevitable y certera, cruda y sentimental, entre el sexo y el espíritu humano. Una verdad que muchos temen, esconden y que ella dibuja entre pinceladas y algodones. Buscar hacia dónde va esa relación y qué significa en nuestras vidas es uno de los trabajos más arduos, y conocidos, de esta artista.
La belleza existe, pero la amenaza también; lo bello no tiene por qué ser un ángel. La perversión es igual de sana y, quizás, mucho más bella. Para Aneta Bartos la composición es sencilla: es el ying y el yang de la propia vida, marcada desde nuestros inicios por el mismo sexo. Sin sexo, no hay vida. Sin desnudos, no hay cuerpos.
Sus imágenes pueden rozar lo grotesco, lo mal visto, lo tenebroso y prohibido, pero la luz de su cámara transforma todo este mundo en pequeñas obras pictóricas, más oníricas que salvajes. Sí, estas fotografías se inclinan más hacia lo oscuro, pero son reales. Son su manera de entender el cuerpo y el deseo más primario de las personas.
Sus colecciones de desnudo pasean entre el eros y el abandono, suenan a música negra y huelen a tabaco de liar y los cuerpos que inmortaliza levitan entre habitaciones que, ya de por sí, parecen salidas de algún motel abandonado; cajas de madera donde posar cual mariposas a esos cuerpos naturales que se abrazan entre sí, que deben rozarse solamente, por miedo a romperlos con torpes movimientos. Recuerden, amigos, es la belleza de la sexualidad más primaria.
Inocencia y sensualidad, secretismo y oscuridad. Los humanos jugamos unos con otros y así, gracias a ese entretenimiento sexual, se crean formas y ángulos geométricos casi perfectos…
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