Si tu hermano te oculta en casa mientras hospeda en ella a un apuesto Conde extranjero, lo más lógico es que te enamores de él sin remedio, y con las mismas, disfrazada de hombre para no despertar sospechas, te fugues en su barco a su partida… Así comienza el enredo que es La mujer por fuerza, obra que podemos disfrutar en el Teatro Fernán Gómez de Madrid hasta el 12 de Mayo.
Escrita por el maestro Tirso de Molina hace cuatrocientos años y dirigida por José Maya, este magnífico montaje (una versión de Amaya Curieses) es una puesta en escena muy fresca, divertida y sencilla. Para quien no lo sepa, la combinación de José Maya y teatro clásico español es un acierto más que seguro; fue él quien fundó la compañía Zampanó, especializada en este género; a sus espaldas tiene capitaneados muchos clásicos y sabe bien lo que se hace (“La vida es sueño”, “La Celestina”, “El condenado por desconfiado”, “El Caballero de Olmedo”).
El acogedor tamaño de la sala y un escenario desnudo permiten disfrutar al cien por cien del maravilloso trabajo de los actores. Arropados por la calidez del verso y un precioso vestuario (de Maria Luisa Engel) mantienen al espectador atento en esta trama in crescendo hasta lo histriónico, en un equilibrio magistral, sin resultar nunca exagerados. Grata sorpresa la fuerza de Chiqui Maya en el papel de Rey de Nápoles, y Alicia Rodríguez como Finea. Acompañado por su fiel paje Clarín (un desenfadado José Carrasco), José Bustos, en la piel del Conde Federico, camina con paso firme desde la perplejidad hasta la locura. En dicho camino, él y la brillante Alicia González que encarna a la temperamental Florela, derrochan una complicidad que sin duda contribuye a la fluidez de la obra. Alex Tormo y su “bipolaridad en escena” fueron protagonistas de algunas de las más sonadas risas del patio de butacas, risas también provocadas por el trabajo de Ana Alonso que, sin decir palabra en el papel de Sastre y muy locuaz en el papel de Fenisa, hace disfrutar de lo lindo al público. No hay que olvidar que el trabajo actoral está subrayado por el maestro Tony Madigan que, compartiendo escenario, guitarra en mano, le da ritmo y humor a los padecimientos de los personajes.
Con todo esto tenemos ochenta minutos de enredos y frenesí provocados por el capricho de una mujer, ejecutados de una manera impecable por director y compañía. Uno de los mejores momentos: las alucinaciones del abrumado Conde en la segunda mitad de la obra, una exquisita coreografía que nadie se puede perder.
Si eres aficionado al teatro clásico, quizá disfrutaste de ella en alguna de las tres temporadas que se representó en el Teatro Guindalera; si no, tienes una nueva oportunidad para saborear este montaje claro y ameno, que no va dirigido a un público erudito, sino a uno con ganas de pasar un rato divertido en verso.
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